El sol brillaba en todo lo alto, iluminando hasta donde la vista alcanzaba. Las nubes avanzaban rápidamente, mezclándose por el viento que las empujaba. El suave pasto vibraba y se retorcía, creciendo lentamente con los rayos de aquel sol. Fue entonces cuando el árbol sintió la necesidad de conocer todo lo que estaba más allá de su alcance. Quería saber más sobre todo y el porqué de ello, pero jamás lo lograría siendo un árbol. Pensó detenidamente en cuál sería la mejor manera de hacerlo y descubrió que solo dejando de ser árbol lo conseguiría.
Así que un día dejó caer sus ramas y dejó secar su tronco. Poco a poco se fue desprendiendo de su propia madera, formando una silueta: primero amorfa y luego algo que parecía una mano, un brazo, un cuello, una cabeza, un pie... un hombre. Cayó sobre la tierra húmeda, que cubrió la madera por completo. El sol secó el lodo y el viento que soplaba fuerte golpeó su rostro, despertándolo. Lentamente se incorporó y abrió los ojos. Giró su rostro un poco y detrás de él se encontraba un gran tronco seco con una figura humana que lo atravesaba, debajo unas raíces fuertes, pero muertas. Observó sus manos y sus pies descalzos, se sintió cada parte de su cuerpo. Todo era perfecto. Giró de nuevo la vista al tronco, apretó la boca y los puños y mirando al horizonte con un gesto de decisión, dio el primer paso firme, al encuentro de su nueva vida.
FABO
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