El sol entraba por las ventanas en todo su esplendor, las cortinas algo viejas tenían ya la tela muy delgada y con algunos orificios que permitían el libre tránsito de aquellos rayos tan reconfortantes "Para qué necesitamos un reloj despertador si el mismo sol nos despierta en la mañana" le decía el abuelo al gato al despertar y estirar sus manos que alguna vez fueron fuertes y gesticular su arrugado rostro; con todos los pesados años encima se quitaba las sábanas que apenas le cubrían lo suficiente para no pasar frío, giraba el cuerpo a la derecha, bajaba los pies muy despacio, pues las articulaciones a veces no le querían hacer caso, y por fin ponía los pies en el suelo, siempre los dos al mismo tiempo así no tendría que preocuparse por recordar si se había levantado con el pie derecho o con el pie izquierdo, una vieja costumbre que tenía desde que era un jornalero en su hermosa parcela. Se levantó y estiro un poco más el cuerpo delgado y pálido, movió la boca y abrió los ojos grandes para ver mejor, aunque los anteojos de lente grueso se habían amarrado a él desde hace ya más de treinta años, los buscó en la cómoda que dejaba notar el paso del tiempo y las mudanzas que había tenido en todos estos años, se le notaba el rayón cuando recién lo habían comprado a la semana que se casó con ella, algunos arañazos de cuando se les ocurrió comprar al gato, tenía el golpe en la puerta del día de aquella discusión en la que ella le aventó su tacón rojo y tenía la marca del anillo de cuando él lo golpeó al enterarse que ella ya no volvería a despertar a su lado en las mañanas; caminó unos pasos al baño, abrió la boca, hizo algunos ruidos y se observó cara a cara como un joven fuerte y animado venido a menos; los años habían pasado y la soledad también, la vida daba muchas vueltas, tanto, que termino encariñándose con ese gato que tanto odiaba, ese que le gustaba a ella, el gato no era feo, era blanco con rayas cafés, sus ojos miel y la nariz rosada, a veces lo cargaba y se sentía que también estaba delgado dentro de todo ese pelo que lo cubría, también tenía sus años, se notaba en que ya se la pasaba en el cuartito con el abuelo en vez de salirse a sus aventuras que solía tener, había veces que desaparecía por días y después volvía como si nada hubiera pasado, "gato sinvergüenza" le decía el abuelo y parecía que al gato le daba risa, quién lo diría, terminaron siendo los mejores amigos. Ese día algo era diferente, el abuelo se sentía extraño pero feliz, como si algo bueno por fin fuera a suceder en su obscura vida; decidió ponerse su traje de los domingos de misa a pesar de ser miércoles, tomó las llaves y salió a comprar algo para el desayuno, "cuidas la casa, mugroso" le dijo al gato que estaba acostado sobre la cama, el abuelo sabía que ese gato no haría ni un sólo movimiento si alguien entraba al cuarto, y le dio risa su pobreza, cuál sería la desilusión que se llevaría el ladrón que estaba seguro que el mismo ladrón le dejaría dinero, este pensamiento le hizo sonreír y salió a la calle; "Muy bien, la leche ya subió al igual que el pan, y ésta comida para gato, vaya, mejor me la compro para mí, tiene más calcio que la misma leche; bah, hoy me siento de buenas, ese gato mugroso no hace nada por merecerlo pero se la llevo; y yo, pues dejo el pan, con la leche tengo, a mi edad el estómago ya ni sabe lo que uno le echa" pensó mientras sostenía la lata con la mano derecha y el pan con la izquierda, dejo éste último en el estante y puso la lata de comida para gato en la canasta; metió la mano en el bolsillo y contó de nuevo las monedas, lo justo para que le sobrara un poco de cambio para el empacador, siempre le gustaba darle un poco de propina, después de todo era su trabajo, algo que el ya no podía darse el lujo de decir que tenía; caminó a la caja y se formó en la fila cuando sin querer escucho a una linda joven que hablaba por su teléfono "Ay... de verdad no sé qué onda, ya no sé si trabajo para vivir o vivo para trabajar" le escuchó decir con algo de enojo en su voz, cuando colgó, el abuelo le toco suavemente el hombro y al girarse la joven con su rostro tan lindo el abuelo le dijo "Discúlpeme señorita, no es que sea un entrometido, pero escuche lo que dijo y para mí... el trabajo es la vida" y le sonrió con esa sabiduría adquirida en años de laborar del amanecer hasta la puesta del sol, ella lo observó fijamente y le regreso la sonrisa "Tiene toda la razón señor" le contestó y se giró de nuevo con el rostro meditabundo; el abuelo sabía que por fin había dicho algo con sentido en su vida y se sintió aliviado. Regresó a su cuartito con la bolsa del mandado "Ya llegué, aunque sé que a ti ni te importa, flojo" le dijo al gato mientras dejaba las cosas sobre la mesa; el gato sólo giró la cabeza lo observó con desdén y regreso a acostarse en la cama; el abuelo se sentó y se sirvió la leche, tomo un traste y le sirvió leche al gato la cual puso junto a la lata de comida, se acercó a la ventana al lado de la cama y la abrió, el viento frío entro y se le metió en los huesos, sin embargo esto lo hizo sentir más vivo que nunca; la dejó así, se sirvió otro vaso que bebió hasta la última gota, "Hoy me siento algo cansado, sin embargo me siento feliz, creo que es hora de ir a ver a mi señora, ya la extrañé lo suficiente; perdón por no poder darte el desayuno de mañana" le habló al gato a la cara mientras lo arrullaba entre sus brazos, este sólo parpadeó y se acurruco entre los brazos del abuelo. Lavó el vaso y lo puso en su lugar, puso los zapatos al lado de la cama y se acostó con todo y traje; el gato se acomodó al lado de él. El sol entraba por las ventanas en todo su esplendor, las cortinas algo viejas tenían ya la tela muy delgada y con algunos orificios que permitían el libre tránsito de aquellos rayos tan reconfortantes... pero ya nadie dijo nada.
FABO