viernes, 7 de febrero de 2020

Con el brillo del sol...

La tarde gozaba de todo el esplendor del sol y las nubes navegaban el cielo como grandes trasatlánticos que a la vista pareciesen pesados, pero son ligeros en el mar.

La luz era perfecta sobre el escritorio y la vista inspiraba; tomé mi pequeño cuaderno negro y la pluma del cajón, me senté en la silla de respaldo negro y abrí la última hoja en blanco, estaba seguro que las ideas fluirían como agua en una fuente de Toscana, sin embargo no fue así, poco a poco comencé a sentir un cierto martirio por ese "bloqueo de escritor", justo en ese momento ella atravesó la puerta, sabía que era ella no sólo porque era la única en la casa a parte de mí, sino por su andar ligero y su aroma que se adueñaba del ambiente, como ella se adueñaba de todo.

- ¿Qué haces? - su fragante voz embriagó mis sentidos - Trato de escribir algo, pero no se me ocurre nada - le contesté sin despegar mi rostro del cuaderno y con una mano sujetando mi cien derecha como si tratara de tapar la gotera de ideas. Por un momento permaneció en silencio, hasta que su melodiosa voz rompió el solemne momento - ¿Por qué no escribes algo sobre mí? - Me giré para observarla y en ese momento sonrió... y no me refiero a una sonrisa y ya , de esas que se dan con displicencia y acuerdo, o esas sonrisas que se dan por compañerismo... sonrió, como un niño que abraza a su madre, como el abuelo que ve a los nietos, como las aves que surcan los cielos en primavera, sonrió como la vida le sonríe a las flores y las estrellas a la noche, sonrió como la luna cuando recuerda a su amado sol y eso lo refleja.

Acompañado de eso sus ojos de avellana me miraban, pero no una simple mirada que aprecia algo a través del sentido de la visa, me miró... como observan los poetas a la luna, como los peces observan el profundo mar donde residen, me miró como un recién nacido mira el mundo que esta por vivir, me miró con la fiereza del tigre que ha visto a su presa, seductora como aroma de jazmines y profunda como caverna misteriosa, me miró como fuego en una hoguera en plena noche de junio, me miró como se ven los espíritus unos a otros.

Su cabello de un dorado opaco resplandecía con el brillo del sol, radiante, pero no como una luz que destella y ya... radiante como una mañana de primavera, como los pasos sobre el pasto que irradian tranquilidad, radiante como un "te amo" dicho en los labios de una enamorada para los oídos de su amado, radiante como un nuevo día lleno de "quizás" y "tal vez", de esos que tienen una infinidad de posibilidades en un sólo segundo, radiante como el brillo de un diamante en bruto con la promesa de ser una verdadera joya, radiante como el sonido de un "ya vuelvo" esperanzador en alguien que parte a la lejanía... pero regresa.

Su piel se veía tan suave, pero no un suave de sábana recién planchada, me refiero a esa suavidad que haría parecer una lija al terciopelo, una suavidad de pétalo de rosa tocada por el rocío de la mañana, tan suave como la brisa que mueve los árboles, un suave de verano, que como el tinto del mismo nombre, te refresca hasta el alma, suave como una pluma que cae de un ave que acaricia el cielo en su caída, suave como un beso tan sutil que no sabes si en verdad te han besado hasta que tienes esa reacción de suaves voltios en tu cuerpo.

Los labios jugosos, pero no me refiero a esos que son como una fruta esperando brindar su jugo, jugosos como la vida misma que espera ser exprimida hasta la última gota y te hace pensar "He vivido", jugosos como el imaginario de un niño de cinco años que sueña con ser astronauta en un mundo de dinosaurios, y lo hace; jugosos como los libros de poesía y de cuentos, esos que uno puede exprimir una y otra vez y no termina de comerlos, jugosos como el atractivo ser de su figura por ser devorada.

La miré por unos segundos más... - De acuerdo- ... contesté... - Algo se me ocurrirá - 



                                                                                                                           FABO   

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