jueves, 13 de agosto de 2015

No me niego a quererla

No me niego a quererla; muy por el contrario, la esperanza de verla en el autobús, en el parque, en el aparador reflejada en ese lindo vestido azul es latente todo el tiempo. Yo abrazo su recuerdo como un amor de antaño que ha viajado por el mundo y dejado en cada parte un pedazo de mi. Le prometo que no es falta de cariño, es la expectativa de verla en todas partes y que en ninguna se encuentre. Mis caminos se han convertido en falsas esperanzas, sabe... es usted una buena promesa, de las que causan furor y alegría; la pena es que no termina por cumplirse y yo comienzo a sentirme como el pueblo y la veo a usted como el político, sin ánimos de ofenderle. La quiero con fuerza, con todas las que conozco, con la de gravedad y la centrífuga; con la fuerza que mueve un cuerpo, con la de mis pasos, la de mis sueños y la de ese motivo que nunca se tiene claro pero por ello se hace todo. No sé si me comprenda por completo, o si no me doy a entender para nada; pero es así, es usted motivo y causa sin siquiera serlo, como esa necedad de quererla sin quererlo. Me gusta pensar en usted como una montaña que espera ser conquistada, y yo la veo imponente y me lanzo sin reservas a escalar ese camino empinado y peligroso, pero a medio recorrido me doy cuenta que yo de alpinista tengo poco, y por poco me refiero a que sólo conozco el término por referencias literarias; noto mi calzado deshecho, mi traje destrozado y mis ilusiones por los suelos. Cómo he pensado en conquistarla sin siquiera estar preparado, llámele osadía o en una forma más correcta, estupidez, sin embargo querida mía eso es precisamente lo que el amor conlleva, una estupidez innata que aflora en cada célula del cuerpo por el mero hecho de sentir un rayito de su sol en ésta vida de nubarrones perpetuos. La quiero y no me niego a hacerlo, es gracias a usted que lo he conseguido todo, menos tenerla a mi lado. Pero a veces me da por pensar, qué más da, si gracias a usted mi vida es mejor por el mero hecho de saberla en un mundo en el cual nos alumbra el mismo sol y nos cobija la misma noche. No es que me considere mártir de sus ojos, aunque el mundo así me vea. Me gusta considerar que esto más que sufrimiento es aprendizaje de vida, y la vida duele, mi vida... como me duele usted, como me gusta vivirla.

                                                                                                                            FABO

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