Su cabello ondulante era hipnótico ante mi débil mente que caía cada vez más y más profundo en un estado de letargo, en el que ni el romper de las olas ni el rugir de los cielos podía despertarme. Mis manos temblaban, pero no era el viento frío el que las sacudía sino la necesidad de tocarla, de sentir su húmeda piel latir delante de las yemas de mis dedos.
El cuerpo entumecido se negaba a moverse a pesar de que mi espíritu ya había corrido a su lado, las voces de los demás tripulantes poco a poco se apagaban y yo sólo percibía una melodía en mi mente, sutil y a la vez estruendosa, como si tuviera mi propia orquesta tocando las más suaves melodías de Frédéric Chopin, me hicieron recordar mi infancia en ese pueblo de pescadores con mi padre enseñándome a hacer un nudo doble y a soltar las velas de su pequeña barca; me hizo recordar cuando me enamoré del mar por primera vez cuando sentí su suave beso salino en mis labios y su mano tenue en el viento despeinar mi cabello, entonces supe que el paraíso debía de ser así. Me hizo recordar cuando la conocí, a ella, la de cabello claro y ojos de miel, la que me hizo olvidar el mar y lo demás. Me hizo recordar su partida, pero de una forma más melancólica que dolorosa; fue por ello por lo que me uní a la marina, para recorrer de nuevo ese océano que siempre fue mío y yo que lo había olvidado.
Sus ojos brillaban como dos estrellas encerradas en el cutis de mármol que poseía, las gotas que escurrían lentamente por su rostro parecían un sudor sutil, tal vez por las temperaturas del Pacífico en esta época. Se aproximaba y su nadar tenía la gracia de un delfín inocente. Yo no podía más que amarla a cada nudo que ganaba a nuestra distancia, juro que podía escuchar mi nombre en su voz, pero ella no movía los labios. Más cerca le pedía yo inmóvil, y pareciese que escuchara mis súplicas... más cerca... más cerca... justo al llegar a la barca se detuvo y recargo sus delgados brazos en la orilla, su sonrisa se notaba seductora e inocente a la vez, en su mirada las olas rompían con furia, se elevó y pude ver su torso desnudo y suave, se elevó aún más y pude notar las escamas de un verde brilloso aperlado, me tomó de la nuca y me besó. Sus labios sabían exactamente como el beso del mar, sentí como poco a poco mi vela se apagaba y yo fui feliz de que su luz se extinguiera por un soplo marino.
FABO
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