Sus manos recorren mi piel a la distancia,
el frío de su ausencia congela mis sueños
y los deja para después,
para cuando esté ella.
La noche aluzada por el plenilunio
me recuerda su pálida y tersa piel,
y mi boca impura se renueva
con sólo evocar su nombre en un suspiro.
Será que la penumbra suena a violines,
o será que es su voz la que suena a notas
de un concierto en mi memoria.
Tal vez sólo sea el recuerdo táctil
de sus besos repartidos en mi espalda,
de sus huellas dactilares en mi rostro
o la idea de que ella aún me extraña.
Es gracioso cómo se siente un vacío
cuando estoy a milímetros de ella
y lo anhelo.
Es gracioso cómo se siente un vacío
cuando estoy a kilómetros de ella
y me mata.
Vuelve a mí, mi bien amada,
para que el corazón me lata,
vuelve para que la sangre fluya
y por fin, me regrese el alma.
FABO