Cuando la conocí, conocí primero su bondad, su furia y su alma. No lo digo de broma, créame usted que le hablo con sinceridad de corazón.
Por la mañana caminaba cerca del parque, el que está cerca del centro comercial, sabe... el de los árboles altos con los columpios al centro y la iglesia blanca cerca de la esquina... en fin... iba caminando con algo de premura, pues se me hacía tarde para una cita, sabe... de esas de trabajo que son infames porque uno tiene que plantarse frente a un tipo que no tiene la menor idea de que existe algo más que los reportes de ventas, las bitácoras de obra o las hojas de cálculo, de esos que de poesía sólo saben que es aburrida, en fin... como le decía caminaba por el parque y el llanto de una pequeña niña me hizo girar el rostro y al verla noté que había tirado su helado por jugar con una ardilla, seguí mi camino pero sentí esa punzada de responsabilidad moral que nos da en la nuca cuando vemos a un niño llorar, tome unos segundos, miré el reloj y decidí dar media vuelta y regresar. Al llegar con la niña la vi sonriente y feliz con un helado del doble de tamaño, me acerqué con ella y le pregunte "¿Todo está bien pequeña?", ella me miró con sus grandes ojos de avellana y la boca llena de chocolate, y sólo asintió, en ese momento llegó su madre y la reprendió por hablar con desconocidos y a mí me tiro una mirada como si fuera el peor ex convicto queriendo robarme a su hija... eso se saca uno por querer hacer favores a chiquillas lloronas.
Seguí mi camino y por aquel pequeño contratiempo llegue tarde a la cita, tampoco tanto, a lo mucho cinco minutos, pero tarde es tarde... sabe... porque yo no acostumbro la impuntualidad, quién es uno para disponer del tiempo de los demás, no es justo decir que uno llega a una hora y termina llegando a otra, por eso el mundo está como está, porque si uno no puede cumplir con algo que uno mismo dice, qué nos queda de lo que no decimos... en fin... aquél poeta de los número se hallaba detrás de su escritorio lleno de papeles, otro que me tiró una mirada de aquellas, "Gracias por dignarse a llegar" me dijo mirando de reojo su reloj... ya ya... lo he entendido, me sentí como estudiante regañado en la oficina del director. Justo cuando comenzábamos a dialogar se escucharon unos gritos provenientes de la oficina contigua a la nuestra, "Es usted un imbécil, y espero que su madre sepa cómo son sus entrevistas de trabajo, porque créame que sus jefes y cuanta persona me cruce en el camino lo sabrá" terminada la sentencia se escuchó un fortísimo portazo que no dejó lugar a dudas que la entrevista había terminado. El poeta de los números y yo nos miramos fijamente y antes que me permitiera decir cualquier chascarrillo, bajó la mirada y continuó con su rosario de números y datos... sabe... esas personas que no disfrutan ni de un momento de gracia por algo que siempre causa curiosidad no merecen llamarse personas, no es que uno ande en el chisme para entretenerse pero a veces Dios en su infinita misericordia, nos da uno o dos instantes para reír, y el que no los aprovecha es en verdad un pecador... pero en fin... poco más de media hora me tomó salir de esa cita tan agradable y me dirigí a comer algo.
Llegué a una pequeña fonda, una muy sencilla, no vaya usted a creer que era de esas elegantes, no qué va... una de esas pequeñas que anuncian la comida corrida por no más de cincuenta pesos, setenta si quiere una milanesa o carne asada en lugar de albóndigas... sabe... esos lugares son los verdaderos paraísos, esos que huelen un poco a aceite quemado, que las mesas bailan y los manteles son de plástico, esos en los que llegan todos de las oficinas y la cocinera los saluda como hijos que llegan del colegio, esos en los que la comida sabe un poquito a casa y esa casa se vuelve mucho para uno en días de lluvia, o en días como estos... en fin... me senté en una mesita y pedí la especialidad de la casa, es decir, una comida corrida, con agua de jamaica, porque esa sí refresca. Cuando la mesera, o mejor dicho la hija de la cocinera, tomó mi orden y se fue giré el rostro y pude ver una mujer sentada justo frente a mí, linda ella, no tan guapa, no tan fea... linda... sabe... esas mujeres que se ven cansadas por la vida que no sabe tratarlas, pero que su mirada habla de fuerza y un poco de desesperanza o tal vez al revés, no sabría decirle a ciencia cierta, pero era linda, de esas mujeres que vale la pena conocer... en fin... le sonreí a mi parecer de forma amable, y ella con toda su lindura me aventó la tercera mirada de sepulturero que tuve ese día, y se giró a otra parte, justo en ese momento llegó mi vaso con agua y sólo pude pensar que la mesera era mi propio emisario de la corte celestial; un pequeño sorbo y pude notar que aquella señorita me miró de reojo... no se ría, es verdad... lo noté y mire que soy despistado, pero para esos detalles, uno se vuelve antena parabólica, tanto que a veces ni existen, pero uno los nota. Me armé de valor y me levanté, "Señorita no es mi intención molestarla ni mucho menos, pero noto que usted comerá sola y yo también y no recuerdo bien en que libro de alta ciencia leí que eso hace daño a la digestión, qué le parecería a usted que, en bien de nuestra salud por supuesto, nos hiciéramos compañía por el tiempo que duren nuestros alimentos", me miró fijamente, uno, dos, tres segundo y me hizo un ademán para que tomara asiento, la mesera a lo lejos no perdía detalle... Nos presentamos como los cánones mandan y le pregunté sobre su día. Ella me dijo "Todo pintaba para ser un buen día, estoy en busca de trabajo y vi uno anunciado que se ajustaba perfectamente a lo que requiero, no vivo muy lejos de aquí y la entrevista era a unas cuadras más adelante, por el parque...sabe... el de los árboles altos con los columpios al centro y la iglesia blanca cerca de la esquina... en fin... voy caminando campante cuando de repente soy testigo de una de las mayores desgracias de la humanidad, una pequeña niña tiró su helado por mirar a una ardilla, por una ardilla puede creerlo... así cuando vi dicha desgracia no pude más que comprarle un helado doble de chocolate para hacer justicia divina... en fin... continué mi camino, llegue a la entrevista en unas oficinas pequeñas y al entrar el pelmazo que me entrevista comienza a explicarme la situación del trabajo pero me miraba continuamente las piernas, hasta que le dije "¿le hace falta algo?" y el muy idiota me dice... "pues es lo que estoy consiguiendo" yo me quedé petrificada y no tuve más opción que gritarle todas sus verdades, salí fúrica no le miento, así que decidí venir a este restaurante cinco estrellas para comer algo y esperar a que pasara mi enojo" Yo la miraba estupefacto, ella había resumido mi mañana sin siquiera notarlo, le conté que yo había visto a la niña y escuchado su gran retórica en la oficina, con lo cual se sonrojó un poco y le dije... "Es grato conocer a gente como usted... sabe... refresca como el agua de jamaica" me miro por un momento y soltó una carcajada, un risa sonora... sabe... de esas risas que liberan el cuerpo de estrés y al alma de congojo, de esas contagiosas que se dan sin pena por quién lo estará escuchando a uno... en fin... al terminar de reír volvió a mirarme, uno, dos, tres segundos... llegó la comida... cuatro, cinco, seis segundos... "sabe... creo que usted y yo podemos seguir el cuidado de nuestra salud con un gran helado de chocolate"... "Justo estaba por proponerle lo mismo."
Bueno, así fue como la conocí, de eso hace ya unos ocho años... mire ya llega con la niña... sabe... cuando las veo caminar de la mano y me doy cuenta que vienen hacia mí, eso es lo que yo llamo vida... en fin...
Cuídese mucho, fue un gusto charlar con usted.
FABO