La miraba triste, a veces por nada, a veces por todo. El simple hecho de sentir la melancolía recorrer su cuerpo le daba una idea de estar flotando por los cielos de noche, bajo una intensa luz de luna que le daba un tenue aspecto de fluorescencia natural. La soledad era lo de siempre, la idea de sentirse sola por el mero hecho de haber nacido, y es que... pensaba ella... de no existir no habría tristeza ni soledad en mi alma... entonces se acostaba boca arriba viendo el techo descolorido de su habitación, sintiendo el romper de las olas en sus oídos a pesar de encontrarse inmersa en el centro de una bulliciosa ciudad; en su opinión la más bulliciosa del mundo. Sin embargo en el mundo, es decir en el de ella, los sonidos de alarmas y cláxones de furiosos automóviles se transformaban en aquellos ecos que la naturaleza brinda, en un espectáculo sonoro que deleita con cada vibración del tímpano. Un día sin más ella caminó por la calle cerca de la costa, o mejor dicho, de la fuente en el centro del parque, tomaba la arena brillosa entre sus manos y soltaba los granos uno a uno. Se sentaba en la orilla de piedra que contiene ese pequeño mar dentro de la fuente y observa su reflejo cambiante por las ondas que se generan con el viento. Y se da cuenta que ella también cambia gracias al viento y al sol, a las nubes, a las aves, a un mundo que gira y nunca permanece estático y que si nosotros no lo notamos es porque giramos al mismo compás. Sintió por un momento que todo se detuvo a su alrededor, los niños con las sonrisas y los perros detrás de ellos. No entendía si ella se había salido del ritmo de todo o todo se había salido de su ritmo. Regresó su mirada a la fuente, pero su reflejo se había escapado, junto con su sombra y su aroma. Era ella un todo con esa nada, que son lo mismo en esencia, sólo depende de la perspectiva... sonrió para sí y se sintió viva, reluciente y transparente. Cerró los ojos y se dejó llevar por esa vida que la envolvía. En el momento de máxima felicidad en su rostro tuve el valor de acercarme, le toque el hombro y ella me miró con sus ojos llenos de verdad. Yo la miré fijamente y sólo pude decirle "Me da tanto gusto el verte alegre... a veces por nada, a veces por todo".
FABO